'La mano que da, es la mano que recibe'. Eso es lo que se canta en mi pueblo, porque como todo lugar que se precie, cuenta con gente pobre, pero honrada. La gente pobre, es aquella, que tiene poco, busca como tener más, y una vez lo logra, parte y reparte, y generalmente, se queda como al principio, con lo justo. La satisfacción del reparto, y el confort de sus vecinos, no tiene precio alguno, saben que está bien gastado; por eso, la gente, ante la adversidad, se arropan unos a otros, no te dejan solo ni sola. Luego, están los humildes, que recuerdan de dónde vienen, ganan prestigio, reconocimiento internacional, y que son felices volviendo al barrio que les vio crecer (con un poco de suerte, si pueden regresar) ,y disfrutan de las cosas sencillas de la vida, como las tertulias a la puerta de casa, donde, se consigue pasar desapercibidos y ser anónimos. La humildad no conoce precio, ni se vende ni se compra, ni siquiera se presume de ella, se palpa y eso es lo que nos mantiene unidos, a pesar de los kilómetros de distancia. Tenemos un lenguage especial, una serie de palabras claves, que son las que nos delatan y a la vez, nos devuelven los pies a la tierra, a pisar la tierra, de hecho, estamos hechos de barro.
RMBM